EL FOLCLORE Salomó y el Ball del Sant Crist |
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En la comarca del Tarragonés, participando de la luz del Mediterráneo, Salomó se deja admirar por el visitante que acude a ese lugar con el respeto debido hacia unas gentes que aman su tierra y saben conservar sus tradiciones. Laboriosos catalanes, consiguen de sus viñedos un vino muy apreciado para el cava, tanto por sus grados como por su transparencia. Orgullosos de su hábitat, han obtenido premios de embellecimiento urbano. Y amantes de sus tradiciones, representan cada año el Ball del Sant Crist, en el que participan, de una u otra forma, los apenas cuatrocientos habitantes que componen la comunidad. De la antigüedad de este lugar tendrían mucho que decir los que habitaron la Cova Fonda, en el muy lejano eneolítico, pero no es propósito de este trabajo desplazarse tanto en el tiempo. Ya es suficiente decir que el origen de Salomó se sitúa, según documentación escrita, en el siglo XIII, fecha casi con seguridad de la primitiva construcción de la iglesia parroquial de Santa María, que conserva su portada románica y sobre ella el campanario barroco de dos pisos. En esos siglos de la larga Reconquista, se instalarían en Salomó gentes de otros lugares a fin de ir reforzando líneas y cultivando tierras, como era frecuente en todas las fronteras. Habría también que decir, para ilustrar esa antigüedad, que tanto en los primitivos Goigs del Sant Christo, como en el Diccionario de Pascual Madoz, este lugar es nombrado como Salamó, y por ello quieren ver los estudiosos en la toponimia del lugar un posible origen judío. Era cabeza de ayuntamiento (en la época de Madoz –1845-50-) de la propia villa, de la aldea de Pollarosa (que contaba con dos molinos, tres casas y una capilla aneja a la de Salamó) y la Cuadra de Mas Bru. Tenía molinos y tres fábricas de aguardiente. Pero antes de ese siglo XIX, acontecería un hecho que motivaría el Ball del Sant Crist. En el XVIII se documenta por primera vez, sobre un hecho acaecido aún antes, tal vez dos siglos atrás. Era época de hambre, tal vez de sequía, algo tan habitual en el mundo del agro hasta fechas todavía recientes, y vivía allí un rico comerciante, Josep Nin de nombre, dispuesto a desplazarse hasta el L’Alger en busca de trigo. Salió de Altafulla, se dirigió hacia tierra de moros, entró en tratos con un tal Mahomet y compró el trigo para transportar hacia su pueblo y aliviar así las penurias. Cuando va a cargarlo descubre un crucifijo que el moro tenía en el almacén medio abandonado, fruto de un botín obtenido por su abuelo, corsario para más señas, quien se lo dejó con el encargo de azotarlo todos los viernes. El cristiano desea comprar la imagen a precio de plata, tantas monedas como pesara la imagen, y al moro se le disuelven los juramentos hechos al abuelo como azucarillo en agua caliente. Al pesar la imagen, Josep Nin iba dejando caer las monedas una a una, cuando llegó a la número treinta, la misma cantidad por la que Judas vendió a Jesucristo siglos atrás, el fiel de la balanza se niveló, ante el estupor de Mahomet. Hubo de intervenir el rey, el cual presenció el mismo prodigio, y al final la imagen fue cargada rumbo a Altafulla para, desde allí, ser conducida a Salomó, no sin antes haber vivido otro episodio, al negarse el barco a moverse y darse cuenta de que se debía a la falta de un dedo en la mano del crucificado, que había sido arrancado por Mahomet, deseoso de participar en la propiedad de tan prodigiosa imagen. La leyenda, historia o tradición (da igual, puesto que por expreso deseo de todos los habitantes de Salomó forma ya parte de su historia, es su historia) tiene algunos elementos de las leyendas medievales surgidas de las interminables luchas entre moros y cristianos y, a la vez, de la pasión de Cristo: los azotes en viernes y las treinta monedas, con el añadido de la figura del corsario por el Mediterráneo, pavor de pueblos bañados por él durante siglos, más que duró la Reconquista. Está catalogado como ball parlat. No obstante Josep M. Martorell y Coca afirma, en un artículo publicado en "Els Balls parlats a la Catalunya Nova" que una vez que se asiste a él "solo queda del baile el nombre". Él ve la actual representación como un producto comercial que es necesario vender al público. Los debates quedan para los eruditos. Queremos nosotros ver el baile desde fuera, con ojos sorprendidos, como de la primera vez, pero con otros bailes y danzas en la retina, como los que se dan en Castilla. Es emocionante y es, en todo caso, como el pueblo de Salomó quiere vivirlo. Se dejaron asesorar por la gente del teatro, concretamente del Instituto del Teatro de Barcelona, de la mano de Fabiá Puigcerver, escenógrafo y profesor. Y junto con el Taller de Escenografía, Puigcerver, Josep Messeguer para el vestuario, los alumnos del curso 1971-72, con el texto remodelado de Mosén Marçal Martínez, y, sobre todo, con los habitantes de Salomó que pusieron el sentimiento, la vivencia transmitida de generación a generación, lograron un efecto emocionante. Y eso es, precisamente, lo que percibe el curioso espectador que acude a la llamada de la tradición, pero también del espectáculo creado casi desde la intimidad y transmitido sin alaracas, pero con mucha dignidad. El lugar donde se representa, la iglesia, es ya, por él mismo, propicio para llegar al corazón. El trabajo bien hecho, un vestuario conseguido –sobre todo por el color mate, crudo- que algunos momentos de la representación transporta a la época donde se quiere situar el hecho, hacen el resto. Desde la aparición de los tres narradores se fija ya la atención del espectador y logran que no decaiga. La dificultad del pequeño escenario donde han de cambiarse, a la vista del público, los decorados, está solucionada con maestría. Pero, sobre todo, es la unión de todo un pueblo que se responsabiliza y se congratula, año tras año, con esa parte de su historia o de su leyenda, da igual. La influencia que la Iglesia Católica ha ejercido a lo largo de los siglos y la forma en que ha encubierto otras religiones y otras creencias con sus propios ritos, nada tiene que ver con estas manifestaciones surgidas como consecuencia de los siglos de lucha entre moros y cristianos. Aunque impregnadas con el paso de los años por la Iglesia, dejan ver claramente las historias originarias, las cuales, sin duda, surgen de las dos grandes religiones monoteistas, pero que se van llenando y cobrando sentido, por mor de la voluntad popular, para conservar sus pequeña historia dentro de la Historia, para ellos mucho más grande e importante que la escrita con mayúsculas. Cada época ha ido dejando en el acervo cultural de España, Cataluña en este caso, su ramo de tradiciones que unas veces se han olvidado o han quedado relegadas y otras, como es el caso del Ball del Sant Crist, de Salomó, han llegado a constituir una manifestación de religiosidad y folklore que ha otorgado a este pueblo del Tarragonés una identidad y una proyección dentro del mundo de las tradiciones. © Isabel Goig e Israel Lahoz Salomó |
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Ball del Sant Crist (Salomó - Tarragona) |
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