PAISANAJE

Recordando a TARSICI, de La Pobla de Mafumet

Me habría gustado disponer de más tiempo para conocerle mejor y disfrutar de su amistad, pero su corazón, demasiado cansado, no pudo seguir latiendo. El bueno de Tarsici nos dejó para ir a disfrutar del reposo eterno que, en su caso, no creo que sea tal. No me malinterpreten, Tarsici se merecía el mejor de los cielos, si es que hay más de uno, pero no me lo imagino sentado en una nube sin nada que hacer. Desde que se fue me gusta pensar, cuando miro al cielo, que esos dibujos caprichosos que hacen las nubes, formando curiosas figuras, están inspirados por la mano y el espíritu inquieto de este admirable genio. Seguramente, allá arriba, no para de idear nuevos mosaicos como los que hacia en la tierra, los cuales seguirá dedicando, sin duda, en primer lugar a su esposa Montserrat ¡qué gran mujer! y después a todos los que le apreciamos y disfrutamos de su obra.

A todos aquellos que os gusta pensar que el camino no es tan sólo la distancia entre un lugar y otro, que pensáis que ese caminar está lleno de cosas interesantes puestas ahí por gentes inquietas para que los más curiosos las descubramos; a todos vosotros os diré qué en cualquier recodo puede aparecer la sorpresa y encontrar obras tan bellas como la realizada por Tarsici en La Pobla de Mafumet.

Tarsici fue, por circunstancias de la vida, un albañil tardío. Empezó a trabajar en la construcción rondando la treintena y, en muy poco tiempo, ese oficio no tuvo secretos para él. Persona con estudios limitados, no fue nunca a una escuela donde aprender dibujo o adquirir unas mínimas nociones técnicas; todo lo que sabía lo fue descubriendo en el día a día de su trabajo. Fue un autodidacta que dedicó catorce años de su vida para hacer algo tan hermoso que embelesa a los  visitantes que continuamente acuden desde muchos lugares.

Andaba Tarsici pensando en que ocupar su tiempo, una vez jubilado, y unas viejas tinajas usadas en su día para guardar aceite y otros alimentos, jubiladas también ellas por la modernidad, le dieron la idea. Utilizando la técnica del trencadís (combinar pequeños trozos de azulejos de distintos colores) y su gran imaginación, decoró estos jarrones de tal forma que no desentonarían en ninguno de los lugares donde Gaudí, el gran maestro, empleó este sistema.

Después de las tinajas les tocaría el turno a las paredes de la casa, que dan a un muy bien cuidado jardín. En ellas, Tarsici dio rienda suelta a su creatividad, formando unos maravillosos mosaicos que recrean paisajes, usos y costumbres de esa Cataluña que él tanto amaba. Así podemos ver como un magnífico mural nos traslada a la mágica Nit de Sant Joan en la que son protagonistas los fuegos de artificio.

Las hermosas playas del litoral catalán, con sirena incluida, también tienen su lugar en ese imaginario viaje por la geografía catalana.

No falta Sant Jordi, atravesando al dragón con su lanza, ni un grupo de esforzados castellers que se afanan en levantar una de sus torres humanas mientras, desde los balcones, algunos vecinos les observan.

Abundan, en esas paredes, motivos de la vida rural; los campos de viñas, el pastor con sus ovejas y perro y también las chimeneas de las modernas petroquímicas tienen en ellas un espacio.

En los rincones, decía Tarsici, están las arañas; por eso en una de las paredes, que está más oculta, colocó una gran telaraña que te atrapa con sus sutiles hilos.

En una pared vecina dos estilizados veleros te invitan a navegar por mares de fantasía.

En el centro del jardín se levanta una gran pérgola, que es un prodigio de belleza y equilibrio. Un arquitecto descreído le dijo a Tarsici que no conseguiría que esa maravilla se mantuviese en pie y, a pesar de sus años de universidad, ésta persona ha tenido que admitir que, en su día, se equivocó. Porque, afortunadamente y para gozo de todos los que la contemplan, la pérgola sigue en pie.

Vigilando este bello entorno está la imagen de Mossèn Cinto Verdaguer quien, de haber estado ahí en vida, habría encontrado sin duda palabras más acertadas, nunca más cariñosas, para describirlo que el autor de estas páginas. De la pluma de este catalán ilustre salieron composiciones tan emotivas como L’Emigrant, que Tarsici también incluyó en su legado para que el visitante, además de disfrutar con los ojos, pudiese alimentar el espíritu con palabras tan bellas.

Cansado de montar y desmontar cada Navidad el belén, algo muy tradicional por estas tierras, Tarsici decidió dejarlo hecho todo el año. Para ello utilizó una de las habitaciones que dan al jardín y construyó un pesebre que habría encandilado al mismísimo Niño Jesús.

Entre tanto detalle, aquí y allá, hay otros dedicados a su esposa Montserrat y que indican el profundo cariño que Tarsici sentía por ella. A través de esta mujer podréis llegar y conocer un poco más a su marido y comprobar que éste sigue vivo, no solo por su obra, sino porque ella le sigue amando y nunca dejará que se vaya.

© Matías Ortega Carmona

Nota: Las fotos que ilustran este homenaje a Tarsici son obra de Mª del Carmen Salgado Romera y del autor del mismo. Las personas que aparecen en ellas son Tarsici, su esposa Montserrat y yo mismo. Quiero agradecer públicamente a Montserrat que me haya autorizado a escribir sobre ella y su marido y también que me haya distinguido con su amistad. (El autor)

Otros artículos de Matías Ortega:

Mis paisajes: Tarragona
Paseando con Jujol  
El AVE en el Tarragonès
La Casa Encantada (Castellarnau)

La Pobla de Mafumet

La leyenda de la “Mano Agujereada”

VOLVERPaisanaje   VOLVEREl Tarragonès

Escríbenos. Colabora.
Contacta con nosostros


Recordad que los trabajos tienen autoría. Sabemos, asumimos y compartimos la libertad de la red.
La información nos pertenece. Pero ello no excluye reconocer y respetar el trabajo de los demás.
Como decía Tagore «si bebes agua recuerda la fuente».

©Isabel y Luisa Goig e Israel Lahoz, 2002