PASEANDO

«Mis paisajes: Tarragona»

 

Debo de confesar que me considero un neófito en materias como el Arte o la Arquitectura que a menudo me parecen la misma cosa. Mi poco bagaje de conocimientos, en ese campo, me incapacita para hacer un análisis técnico que posea cierto rigor. Por ese motivo me califico, a mi mismo, de ser de aquellas personas que ven con el corazón. Considero bello todo aquello que es capaz de despertar, en mí, sentimientos de ilusión e incluso de pasión. Puedo emocionarme con un paisaje, una pintura o una pequeña iglesia, con cosas que a muchos les pueden parecer irrelevantes porque están hechas desde la sencillez o la escasez de medios y carecen de la magnitud de los grandes monumentos.

En páginas anteriores, contaba que conocía Tarragona y su provincia como parte del camino que me llevaba a otros destinos. Hasta que en año 1995 vine destinado a Reus, como Jefe de Estación, solo había hecho un par de visitas a estas dos ciudades. En ambas ocasiones de forma muy breve para intervenir en dos asambleas sindicales, pidiendo el voto para U.G.T, mi sindicato entonces. Corría el año 1986 y se celebraban Elecciones Sindicales en Renfe.

Tarragona, la capital, ya formaba parte de mis paisajes emocionales desde que, en mis viajes a Cehegín, parábamos en su estación situada junto al mar. Acuden a mi mente las imágenes de las humeantes locomotoras de vapor, encabezando trenes de viajeros o de mercancías y los barcos, fondeados frente al puerto, esperando para entrar en este.

Me gusta esta ciudad, toda ella respira historia y la antigua Tarraco, capital de la Hispania romana, se muestra orgullosa de ello. Es prácticamente imposible encontrar un rincón que no conserve vestigios de ese pasado.

La Rambla Nova es su arteria principal y en ella se desarrolla gran parte de la vida comercial y de ocio de sus habitantes. Es una amplia avenida con una zona peatonal en el centro. En su origen iba desde la Plaza Imperial Tarraco hasta el Balcón del Mediterráneo y en la actualidad, con el crecimiento de la urbe, se ha prolongado hasta la zona del hospital Juan XXIII.

El nuevo tramo ha adoptado el nombre de Avenida de Lluis Companys, en recuerdo del Presidente de la Generalitat de Cataluña, fusilado por La Dictadura después de la Guerra Civil.

Estatuas y fuentes adornan todo el paseo que conduce al mirador, sobre el mar. Desde ese lugar dicen que en los días muy claros se ve la isla de Menorca. Yo no he tenido la oportunidad de contemplarla pero puedo asegurar que el paisaje que se divisa es muy bello, lástima que el subconsciente me lleve, siempre que miro el mar, a Galicia y a la búsqueda de la otra orilla.

Dejando el balcón, a la izquierda, caminando bajo las palmeras, llegamos hasta el anfiteatro romano. Poco a poco las excavaciones van devolviendo a este lugar su primitivo aspecto y las recreaciones que en él se llevan a cabo, con personajes vestidos de época, hacen que pensemos que estamos en la antigua Roma.

Por encima del Anfiteatro se encuentran el Pretorio, antiguo Palacio de Augusto que ocuparían después los Reyes de la Corona de Aragón y los Príncipes de Tarragona. Como muchos de estos edificios, tampoco se libraría de ser usado durante un tiempo como prisión, antes de acabar ejerciendo funciones de Museo.

Otra signo de identidad de la población son sus murallas que han merecido que un pasodoble lleve su nombre y ensalce sus méritos. Esta es una costumbre muy socorrida de los compositores de ese género musical que han homenajeado, así, a distintos monumentos y lugares de la geografía nacional. Las murallas forman partes de las visitas turísticas de Tarragona y se puede pasear por encima de ellas disfrutando de una vista de la ciudad, única.

Dentro del recinto amurallado está la Plaza del Fórum, lugar donde se concentraba la vida social en la época romana. Cerca de este lugar se levanta la Catedral y por debajo de ella diversas casas de la antigua nobleza, como La Casa Castellarnau, sede del Museo de Historia de la ciudad, famosa también por las misteriosas historias que la envuelven.

La Casa Encantada (Castellarnau)

Bajando por la Calle Mayor, a la derecha, ésta la Plaza de la Font y el Ayuntamiento, lugar de encuentro de los tarraconenses en las grandes ocasiones.

Tarragona tiene Plaza de Toros la cual he visitado en alguna ocasión. No para ver la lidia y el sacrificio de estos animales, espectáculo que no se incluye entre mis favoritos, sino para disfrutar del concurso de Colles Castelleres que se celebra en ese recinto cada dos años.
En ese evento se miden los mejores grupos y también los más modestos, compitiendo todos ellos en hacer el mejor Castell o torre humana. Entre los más destacados están Els Castellers de Vilafranca –vencedores en las últimas ediciones-, las dos colles de Chiquets Valls, La Jove y La Vella y en los últimos años Els Capgrosos de Mataró. La colla de mi ciudad natal se ha distinguido por ser desde su creación, bastante reciente, uno de los grupos punteros en esta actividad. Pocas cosas hay que me emocionen tanto como escuchar el sonido de la gralla y ver como los anxanetas (niños y niñas de corta edad) trepan por las espaldas de sus compañeros para coronar el castillo. No puedo evitar que, viendo esa imagen, se me erice la piel y aparezca un nudo en mi garganta.

Además de sus atractivos turísticos, Tarragona y el Camp de Tarragona tienen una intensa actividad industrial. Son muchas las poblaciones que viven a la sombra de las empresas petroquímicas que, con sus chimeneas e intensa iluminación, además de modificar el paisaje han propiciado, un rápido crecimiento demográfico. Sirva el ejemplo de la capital que en un periodo de poco más de treinta años ha duplicado el número de sus habitantes.

Reus; la ciudad en sí, no es, a pesar de estar viviendo en ella desde hace quince años, lo que yo catalogo como uno de mis paisajes emocionales.

Circunstancias laborales y familiares me trajeron a esta ciudad y he vivido y trabajado aquí sin que, como si sucedió con Soria, se hayan establecido otros lazos. Curiosamente, tengo muy buenos amigos que viven en esta población pero nos hemos conocido y desarrollado esa amistad fuera de ella.

Tampoco el que mi hija Mª Elena se haya casado con un reusense ha cambiado las circunstancias. Quizás si la boda se hubiese celebrado aquí, la importancia del evento y todas las emociones que viví ese día, habría hecho crecer algo de raigambre entre Reus y yo. Pero la ceremonia se llevo a cabo en Galicia, en la iglesia de Carnoedo, y es allí donde mayoritariamente se sitúan mis sentimientos.

Reus es la segunda ciudad de la provincia y ha rivalizado desde siempre, con la capital, por ser la primera. Puede asegurarse que en algún momento de la historia lo ha conseguido. En el siglo XIX tuvo un gran auge cultural e industrial y fruto de ello se acuñó el lema “Reus-Paris-Londres” que destacaba a la ciudad como uno de los núcleos comerciales, de referencia, en ese tiempo.

No tiene mar y tampoco se pueden encontrar, en Reus, esos vestigios del pasado que adornan Tarragona. Pero aún así, en otros aspectos como las infraestructuras, provoca la envidia de sus vecinos. Pegado a la ciudad se encuentra el aeropuerto que da servicio a la provincia y, junto a él, se va a construir una estación intermodal de trenes que traerá, hasta la capital del Baix Camp, el ferrocarril de última tecnología.

Reusenses ilustres, ambos de la misma época, fueron el General Juan Prím y el pintor Mariá Fortuny.

Juan Prím, fue un militar de reconocido prestigio y participó en las campañas de Méjico y Marruecos; político e intrigante permanente, conseguiría llegar a presidir el Gobierno de la nación en el año 1869. Defendió con firmeza, pero su muerte truncó esos planes, una salida negociada del conflicto de Cuba y consiguió que el Congreso avalase la llegada de Amadeo Iº, primer y último rey, perteneciente a la Casa de Saboya, cuyo reinado sería más bien efímero.

El General fue víctima de la inestabilidad política y de las propias intrigas en las que participó. Murió a consecuencia de las heridas recibidas en un atentado, cuando salía del Congreso de los Diputados en Madrid. Su estatua, a caballo, preside una de las plazas más importantes de la ciudad, en la que también se encuentra el teatro que lleva el nombre del pintor Mariá Fortuny. Éste, que también tiene su estatua a poca distancia de la de Prím, recogería con sus pinceles escenas de las batallas de Marruecos en las que participaba su conciudadano.

Otro reusense insigne ([1]), este más cercano en el tiempo, es Antonio Gaudí Cornet. Reconocido como el más genial de los arquitectos, sus obras están repartidas por muchos lugares de la geografía española, con mayor presencia en Cataluña, pero curiosamente no en Reus ni Tarragona.

Beneficiado por el mecenazgo del Conde Eusebio Güell Bacigalupe, también natural de las tierras de Tarragona, Gaudí pudo poner en práctica sus ideas, revolucionando con ellas el mundo de la arquitectura. Inició, así, un camino que seguirían otros muchos arquitectos dando origen al llamado estilo modernista. Por citar alguno de ellos, lo haré con mi paisano, el mataronés Josep Puig y Cadafalch, y el tarragonés (que yo catalogo como arquitecto de las causas pobres) Josep María Jujól Gibert, al que me referiré más adelante.

De Gaudí, quiero resaltar la impresión que me causó mi primera visita al Parque Güell y a la Sagrada Familia. Contemplar estas obras significó, al margen de lo que había visto en libros y postales, el descubrimiento de su talento y supuso un despertar en las emociones de alguien que, no entendiendo de arquitectura, es capaz de extasiarse con la belleza de las cosas bien hechas.

Decía que Reus, la ciudad en sí, no es, por lo menos de momento, uno de mis paisajes emocionales. De ahí que haya recurrido a la historia y a unos reusenses célebres que, con su obra y vivencias, hacen que me sienta algo más identificado con ella.

Vivir en Reus, me ha permitido dedicar tiempo a conocer toda la provincia y encontrar paisajes y personas que si me han llegado al corazón. No han sido hasta ahora, las personas, protagonistas de lo que cuento en este libro pero hay paisajes (como sucedía con La Media Legua y mis abuelos) que, sin ellas, podrían resultar tan bellos como huérfanos de sentimientos. Por eso en las páginas que seguirán algunos amigos serán también protagonistas.

Hay un pequeño pueblo, a once o doce kilómetros de Reus, llamado La Pobla de Mafumet. Casualmente, un día viendo la televisión, me enteré de que un albañil había decorado las paredes exteriores de su casa con mosaicos de trozos de azulejos, a semejanza de lo que había diseñado Antonio Gaudí en el Parque Güell.

En la primera ocasión que tuve, acompañado de mi inseparable cámara fotográfica y de mi esposa, me desplacé hasta ese lugar para satisfacer mi curiosidad.

Me sorprendió, al llegar, el gran número de personas que se encontraban visitando la casa. Después la dueña, Montserrat, nos contaría que habitualmente recibían peticiones de grupos que se encontraban de excursión en la zona e incluían en su itinerario esa visita.

Después de que los turistas se hubiesen marchado, maravillados por lo que habían visto, mi esposa y yo nos quedamos charlando con Montserrat y su hija Mª del Carmen, quienes con gran amabilidad nos explicaron cómo Tarsicio, el esposo de Montserrat, se había enfrascado en aquella labor.

Tarsicio fue un albañil tardío pues empezó a trabajar en esa profesión cuando contaba treinta y un años. Comenzó de peón y al poco tiempo ya estaba de encargado en la empresa para la cual trabajaba.

Carecía de formación técnica pero dentro llevaba un genio. Aprendía, día a día, a pie de obra, lo que a otros les llevaba meses y años de facultad. Sirva como ejemplo la pérgola que construyó en el jardín, la cual, desafiando la opinión de algún aparejador que vaticinó que no se aguantaría, se mantiene erguida desafiando el tiempo y el pronóstico de aquel “experto”.

Una persona como Tarsicio no podía jubilarse y quedarse quieta. Un día mirando las grandes tinajas de barro, que en otro tiempo habían servido para almacenar aceite y otros alimentos, pensó que podrían quedar bien, adornando su jardín, si las decoraba un poco.

Se puso manos a la obra y utilizando restos de azulejos, que guardaba en su almacén, forró algunas de estas tinajas. El resultado fue tan espectacular que Tarsicio, sacando el genio que llevaba dentro, siguió engalanando primero las barandillas y bancos de su cuidado jardín y después el resto de las paredes.

La obra de este artista recoge motivos de la vida cotidiana de esa Cataluña que el tanto amaba:

Un gran mural nos recuerda la Noche de San Juan, con los fuegos de artificio, reflejados en el cielo, acompañando a las estrellas.

Más abajo, otro de estos mosaicos recoge estampas de la Costa Catalana, con una sirena tomando el sol en las rocas mientras contempla los veleros que surcan las azules aguas.

El campo y las labores propias del mismo, a las que Tarsicio también se dedicó, están también recogidos. Como lo están las faenas de pastoreo con la presencia de un rebaño de ovejas, con el pastor y su perro.

No podían faltar detalles que recordasen a la Virgen y las montañas de Montserrat y algún guiño para su esposa que lleva este nombre y a la que Tarsicio veneraba. Dice el refrán: -“Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”- En este caso puedo dar fe de que así es. Montserrat, es la mujer que Tarsicio siempre quiso tener a su lado y ella, con su cariño, sigue manteniendo vivo el recuerdo de su marido.

Son mil y un detalles los que este gran artesano plasmó en aquellas paredes. Yo que, gracias a la amistad que mantengo con Montserrat y su familia, he estado en esa casa en muchas ocasiones, siempre descubro algo nuevo que no había apreciado en mis anteriores visitas. Sería muy amplio entrar aquí en describir todo lo que puede verse en la “Casa de los Cantis”, como la llamaba mi difunta madre.

Catorce años estaría ocupado, Tarsicio, en ese entretenimiento que deja boquiabiertos a los muchos curiosos que se acercan a contemplar su obra ([2]).

Recordando a TARSICI de La Pobla de Mafumet

La provincia de Tarragona está llena de lugares hermosos que visitar. Destaca toda la costa, bautizada como Costa Dorada, en la que los antiguos pueblos de pescadores, aun conservando algunos de ellos esta actividad, atraen numeroso turismo nacional y extranjero. Se han construido multitud de hoteles cercanos a las poco profundas playas que hacen las delicias de los bañistas. La población estrella en esta actividad puede considerarse Salou a la que algunos llaman la playa de Zaragoza debido a la gran cantidad de gente que llega desde esa provincia.

No es solo mar y sol lo que podemos encontrar en Tarragona. El turismo de interior ofrece atractivos como la Ruta del Cister dedicada a tres de los más importantes monasterios de esta orden:

- Santa María de Poblet que alberga el Panteón con los restos de algunos monarcas catalanes. Como ocurrió con la mayoría de estos lugares, tras la desamortización de Mendizábal ([3]), fue abandonado y expoliado. Después de arduos trabajos de restauración vuelve a estar ocupado por un grupo de monjes que lo mantienen abierto al culto y velan por su conservación. Es junto con Montserrat el que más visitantes recibe de toda Cataluña, hasta el punto de que se establecen visitas guiadas en varios idiomas. Es también lugar de referencia en la vida religiosa y pública de esta Comunidad Autónoma. Los viñedos que antaño trabajaron los monjes están ahora alquilados a una de las grandes firmas catalanas que elabora un excelente vino procedente de esas vides.

- Santas Creus, está situado en una confluencia de caminos que sirvió de tumba a muchos caminantes que murieron exhaustos, en su camino hacia el mar, después de haber atravesado las duras montañas. Se piensa que las cruces puestas en aquellas fosas dieron nombre al monasterio. Sin la grandiosidad de Poblet, hace que me sienta más cercano al espíritu de aquellos monjes que lo habitaron durante mucho tiempo. En la actualidad, este lugar, acoge exposiciones, actos culturales y algún concierto de música de cámara para aforos reducidos.

- Vallbona de les Monjes, es el único de estos monasterios que estaba habitado por monjas, siendo la comunidad femenina más importante del Cister. Da nombre al municipio en el que está ubicado, ya fuera de la provincia de Tarragona, en la comarca leridana de Urgell. En este caso, al llegar la desamortización de Mendizábal, sufrió problemas económicos derivados de la misma, pero sus ocupantes estuvieron fuera del mismo escasos meses. Esto, evitó que tuviese los problemas de expolio que sufrieron Poblet o Santes Creus y pudo conservarse manteniendo activa la vida monacal. Durante mucho tiempo sirvió de escuela a las jóvenes damas de la nobleza catalana a quienes se les impartían clases de liturgia, matemáticas y otras ciencias además de instruirlas en labores de costura, bordados o manualidades. En la actualidad mantiene la actividad propia de un monasterio pero también se ha convertido en hospedería. Es un lugar ideal para los que solo quieren tranquilidad y descanso y no gustan de la masificación y el bullicio.

La Espluga de Francolí, con el nacimiento del río del mismo nombre, sus cuevas y el Museo de la Vida Rural es otro de los lugares que bien merece una visita y yo la hago a menudo, ya sea para pasear y proveerme de vino o para disfrutar de sus fiestas de carácter gastronómico.

El primer domingo de septiembre se suele hacer la Festa de la Verema (Fiesta de la Vendimia) y el primero de diciembre la Festa del Oli (Fiesta del Aceite). En ambos eventos se celebra la recolección de los frutos antes citados. En un almuerzo popular se rinde culto a la tradición degustando estos productos. Se acompañan del típico pan torrado, untado con ajo, tomate y aceite, además de las siempre sabrosas butifarras y sardinas arengadas a la brasa. Por los paisajes de la gastronomía también se suele llegar al corazón.

La cercanía del monasterio de Poblet a la población invita a darse un paseo a pie hasta el mismo disfrutando del hermoso paisaje cuajado de viñedos. Se puede rodear el monasterio y regresar a La Espluga de Francolí por la carretera de Las Masias Catalanas donde están ubicados un hotel y un balneario; antes habremos dejado atrás el cruce del Mirador de La Pena donde un pozo y la nieve de los fríos inviernos servían de nevera a los monjes.

Montblanc, la capital de la comarca de la Conca de Barberá, es una villa amurallada que conserva su aspecto medieval. En ella se celebran cada año las fiestas en las que se rememora la muerte del dragón a manos de San Jordi.

En la semana que duran los festejos sus habitantes, ataviados a la usanza de la edad media, recrean aquel pasado con una feria en la que se venden animales, aperos de labranza, comida, licores, enormes panes y apetitosos dulces.

También se pueden degustar asados hechos de la forma más artesanal y ver como la muchedumbre puja, por hacerse con un lote de ellos, en el mercado de esclavos.

Las Montañas de Prades son un paraíso para los amantes de la naturaleza. Una ruta que yo recomiendo por su belleza sería Reus-La Espluga de Francolí-Poblet-Prades-Cornudella de Montsant-Reus. Si el tiempo no apremia, para hacerla explorando los múltiples encantos que encierran estos bosques y además, de visitar las poblaciones citadas, hacer un alto, nunca mejor dicho, en Siurana. Desde el lugar donde se dice que saltó la Reina Mora, por no querer caer en manos de los cristianos, podremos ver el río y las escarpadas paredes con las que sueñan escaladores de todo el mundo.

Cornudella de Montsant, situada a los pies de la sierra del mismo nombre, es una población de visita casi obligada cada 11 de septiembre. El día en que se conmemora la Fiesta Nacional de Cataluña ha sido el elegido por sus habitantes para celebrar una multitudinaria paella. El ambiente es extraordinario y el fervor político queda en un segundo plano. Lo realmente importante es disfrutar de la fiesta y compartir comida y baile.

Son muchas las veces en que, acompañado de familia o amigos, he asistido a ese evento y siempre salgo contento y agradecido de ver la buena disposición de los lugareños para acoger a los visitantes. La alegría y el buen orden son la tónica en esta fiesta en la que los cocineros compiten contra si mismos por hacer un arroz mejor que el año anterior.

Cornudella es también una de las puertas del Priorato. Esta comarca, famosa por sus vinos, tiene pueblos a los que la recuperación y el auge de la viña han salvado del abandono y la despoblación, trayendo de nuevo la vida. Vinos que han alcanzado fama mundial exportándose buena parte de ellos a Estados Unidos donde alcanzan precios exorbitantes.

Los fines de semana las estrechas carreteras del Priorato se llenan de automóviles con gentes venidas sobre todo de la vecina provincia de Barcelona. Llegan atraídos por el vino y la oferta gastronomita de la comarca. Me comentaba un vecino de La Vilella Baixa (la hay también alta) que esos de Barcelona están en todos sitios, tanto es así que muchos de ellos han elegido estas tierras para tener su segunda residencia. Otros, como los afamados cantantes Luis Llach o Joan Manel Serrat, ponen en la elaboración del vino su innata sensibilidad sabiendo que con él pueden llegar al corazón de las gentes, igual que hacen con su música y canciones.

Un lugar con singular encanto, pero en estado de ruina casi total, es la Cartuja de Escala Dei donde según se cuenta, los monjes que la habitaban, fueron pioneros en la explotación de la viña y en la elaboración del vino.

El entorno es hermoso con la Sierra del Montsant siempre presente. Son muchos los recorridos señalizados que se pueden hacer por la misma, disfrutando de la naturaleza y descubriendo las pequeñas ermitas, situadas en bellos parajes, donde el caminante encuentra paz y descanso.

El Delta del Ebro es una de las zonas que más turismo atrae en Tarragona y otro de mis lugares preferidos. Desde que en mis viajes de infancia descubrí el más caudaloso de los ríos españoles me sentí atraído por él. Por eso, después de afincarnos en Reus, busqué unos días para pasarlos recorriendo ese extraordinario paisaje.

Deltebre, La Cava, San Jaume de Enveja, son algunas de las pequeñas poblaciones situadas en este territorio y en las que se vive toda la esencia del mismo. Durante muchos años el único medio para atravesar el río, en estos parajes, ha sido el transbordador, una gran barcaza en la que personas y automóviles evitaban dar un gran rodeo para ir de una margen a otra. Esta travesía, junto a la que otras embarcaciones realizan desde Amposta, Riu Mar o San Carlos de la Rapita por la desembocadura, son casi obligadas si uno quiere tener un recuerdo fiel del bucólico entorno donde el Ebro se entrega al Mediterráneo.

Situado en el corazón del Parque Natural encontramos el Poplenou (pueblo nuevo), creado después de la guerra civil para dar cobijo a los muchos obreros que, desde otros lugares, venían para trabajar en la siembra y recolección del arroz. Este pueblo aparece como un oasis, tanto si se va como si se viene, en medio de los inmensos campos de arroz.

Desde San Carlos de la Rapita, población entre otras cosas famosa por sus langostinos, tenemos una vista inigualable de todo el Delta. Solo hay que subir al Mirador de La Guardiola para, desde allí, contemplar los arrozales, la desembocadura y las lagunas que durantes muchos meses del año albergan a millares de flamencos y otras aves acuáticas. Según la fecha en la que nos encontremos, las tonalidades del paisaje varían completamente, ya sea tiempo de siembra, de crecimiento o de recogida del arroz.

No encuentro que haya una fecha mejor que otra para visitar el Delta, aunque el aspecto de lo que veamos sea del todo distinto, a mí, en cualquier época del año, esas imágenes me llegan siempre al corazón.

En cualquier oficina de turismo se puede encontrar amplia y precisa información sobre este Parque Natural y las distintas rutas que se pueden hacer por el mismo. Puestos a sugerir yo recomiendo iniciar el recorrido en la Ampolla para finalizarlo en San Carlos de la Rapita. En el camino siempre es interesante hacer un alto en los miradores situados en las lagunas de La Tancada y La Encanyissada. Aunque las mejores instantáneas son aquellas que cuando las ves se transforman en emociones, conviene recordar que una cámara fotográfica y unos buenos prismáticos son un complemento ideal para ese viaje.

Hay otros lugares, menos conocidos por el turismo de masas, que forman parte de esas visitas que yo llamo el circuito familiar. Es decir, sitios a los que llevo a parientes y amigos que vienen a verme escasos de tiempo pero que quiero que se lleven en el recuerdo la sensación de haber visto cosas interesantes:

El Parque Samá; unos terrenos en los que el conde del mismo nombre edificó una mansión que le recordase las plantaciones que su familia tenía en Cuba.

Rodea todo el perímetro de la finca una pared que en ningún caso hace pensar, a quien no lo sepa, la maravilla que oculta en su interior:

Jardines y una considerable arboleda con especies autóctonas y otras importadas de America y Asia son el espacio ideal para pasear, a pie o a caballo.

Una cascada da origen a un canal que, sin llegar a ser río después de pasar por tres islotes, desemboca en un pequeño lago.

En el centro del estanque hay un mirador rematado con un templete desde el que podemos ver una bonita panorámica del lugar. Peces, los hay de considerable tamaño, y algunas tortugas viven en las poco profundas aguas.

Plantíos de palmeras y mandarinas, zona de juegos infantiles y las jaulas que hasta la guerra civil española albergaron un reducido zoológico y que ahora, a excepción de un par que cobijan algunas aves, permanecen vacías.

Los reyes del recinto son los pavos reales, te los puedes encontrar por cualquier rincón, incluso encaramados a la rama de algún pino (debo confesar que nunca antes había visto una de estas aves en tal situación) emulando a las muchas ardillas que han fijado en ese bosquecito su residencia.

En una esquina se alza una torre mirador desde la cual, además de poder ver toda la propiedad, se divisa buena parte de la comarca del Baix Camp y las poblaciones del litoral con el mar de fondo.

Todas la obras del canal, estanque y diseño del jardín se deben al Maestro de Obras, vecino de la cercana población de Vinyols y els Arcs, Josep Fontsere y Mestres autor de los Jardines del Parque de la Ciudadela en Barcelona quien contó para hacer la Fuente y Cascada del mismo con la inestimable ayuda y talento de un joven Antonio Gaudí.

San Miquel de Escornalbou, un castillo que puede datar del siglo XII y que al parecer fue el último reducto árabe en la comarca. Debe su advocación a que, según se cuenta, el mismo Arcángel San Miguel ayudó en la batalla que supuso la conquista del lugar a los sarracenos.

El Rey Alfonso I de Aragón lo cedió a los canónigos agustinianos que lo habitaron hasta que fueron reemplazados por monjes franciscanos, quienes hicieron de él residencia y seminario.

Sin grandes pretensiones artísticas se mezclan en la construcción varios estilos, predominando el románico. Esto hizo que Eduard Toda, un diplomático reusense que adquirió la propiedad en 1908, atribuyese su origen a los romanos.

Toda inició una amplia remodelación y convirtió el castillo en su residencia particular aunque en 1926 acabaría cediéndolo al arzobispado de Tarragona quien lo puso a la venta. Después de pasar por varias manos, en 1941 sería comprado por el industrial José M Llopis quién tras ocuparlo durante unos años lo vendería al Banco Urquijo. En la actualidad es propiedad de la Generalitat de Cataluña y está gestionado por la Diputación de Tarragona.

Castillo, Iglesia y Claustro forman un conjunto no exento de encanto. El interior de lo que fue la vivienda aun conserva muebles antiguos y está siendo restaurado para devolverle el buen aspecto que tuvo antaño. Me gustan estos lugares y me parece encontrar en ellos, cuando los visito, el espíritu de aquellos que los habitaron y dejaron en ellos su impronta, acondicionándolos según su experiencia, gustos y cultura adquiridos a través de una vida rica en experiencias, como puede ser el caso de Eduard Toda.

Para mi lo mejor de San Miquel de Escornalbou es pasear por el claustro y (si esa calima tan frecuente en estas tierras nos deja) contemplar las hermosas vistas del Baix Camp y todo el litoral. Podemos disfrutar aun más del paisaje y tener una mejor panorámica de todo él, edificios incluidos, subiendo hasta lo más alto, a la pequeña ermita que corona la montaña. El esfuerzo, nunca mejor dicho pues la subida se las trae, sin duda merece la pena.

Para llegar a este Castillo Monasterio el camino más sencillo es ir hasta la población de Riudecanyes y una vez atravesada la villa tomar la carretera que lleva hasta la cima del monte donde está emplazado.

La comarca del Camp de Tarragona ha terminado siendo uno de mis paisajes más familiares y una tierra con la que me siento muy identificado. En ella he vivido esas emociones que hacen que los paisajes, al margen de su belleza que también la tiene, sean importantes para mí.

Es terreno tradicionalmente agrícola donde abundan el olivo, la viña, la almendra y la avellana, compartiendo espacio con algunas zonas de pinares.

Desde hace unos años una nueva especie, las chimeneas de las petroquímicas se elevan hacía el cielo lanzando llamaradas y emisiones de quien sabe que.

Pequeños pueblos, con mucha vida -ya sea por las explotaciones agrarias, los cánones que pagan las empresas petroquímicas o el turismo- jalonan esta comarca. En cada uno de ellos solía haber un castillo de los cuales, en el mejor de los casos, se conserva algún trozo de torreón o muralla. Es típico que todos dispongan de iglesias con grandes torres donde se ubica el campanario. Pero hay dos iglesias que se salen de este modelo y que son pequeñas joyas del modernismo, siendo responsable de su construcción el mismo arquitecto, Josep María Jujól Gibert ([4])

Paseando con Jujol  

Hablaba en páginas anteriores de este insigne personaje y lo definía como el arquitecto de las causas pobres. Son muchos los que lo infravaloran atribuyéndole, como mayor mérito, ser alumno de Antonio Gaudí. Si bien Jujól colaboró, en momentos puntuales con el reusense, no puede decirse que existiese entre ambos esa relación de maestro alumno. Jujól, es importante por sí sólo y su obra digna de admiración por la belleza que encierra y, en muchos casos, por la escasez de recursos económicos de que dispuso para desarrollarla.

Jujól, además de un gran arquitecto, fue también un maestro en la técnica del serigrafiado y un precursor del reciclaje. La escasez de recursos con la que tenía que enfrentar algunas de sus obras le obligaba a aguzar el ingenio. Buena muestra de ello son las dos iglesias de las que hablaba antes: la iglesia del Sagrat Cor de Vistabella, en el término municipal de La Secuita y el Santuario de Montserrat en la población de Montferri.

La primera de estas iglesias contó con el presupuesto que se pudo reunir con las aportaciones de los vecinos. Eso puede dar una idea de lo exiguo del mismo. Jujól aplicó aquí todo su ingenio y además de diseñarla participó en la construcción de la misma. Suyos son algunos frescos que adornan las paredes, las originales lámparas fabricadas con latas de conserva y algunas de las rejas que adornan la capilla. El resultado es una obra que embelesa a quienes la visitan.

El Santuario de Montserrat en Montferri es la otra gran obra de Jujól en las comarcas de Tarragona. La idea de su construcción, según el jesuita Daniel María Vives, fue de la propia Virgen. Mientras Daniel rezaba, en una de las cuevas de la Sagrada Montaña de Montserrat, ésta se le apareció y le pidió que levantase una iglesia en tierras de Tarragona para que la gente, que no podía desplazarse desde ese lugar, pudiese rezarle allí.

Montferri, pueblo natal de Daniel Vives, fue el lugar elegido por el clérigo, para edificar esa iglesia. Empleó en su construcción todo el patrimonio de que disponía y en la misma colaboraron, con su trabajo y donaciones, los habitantes del pueblo.

Jujól, otra vez con escasos recursos, proyectó el Templo y dirigió la elaboración de los materiales necesarios para levantar el templo. Los bloques para la estructura, los tochos y los ladrillos para la edificación, se hicieron con arena y grava del río Gaía, mezcladas con cemento y ceniza del carbón de las locomotoras de vapor; eso da un peculiar color al Santuario.

Hace ya algo más de setenta años que empezó a construirse y aun quedan algunos detalles por concluir como son, la mejora de la carretera de acceso y una zona de aparcamientos. La iglesia, en sí, está terminada y abierta al culto. Consta de una sola nave con varias cúpulas y está presidida por el camerino de La Moreneta al que se accede por dos escaleras laterales. El estilo recuerda algo, en sus torres, a la Sagrada Familia aunque lejos de la grandiosidad de esta. Pero, dentro de su modestia, la obra de Jujól bien merece una visita para recrearse con ella.

Al margen de Jujól y sus iglesias el Camp de Tarragona tiene la más vanguardista estación de tren de toda Cataluña y quizás de todo el ferrocarril español. En ella quise situar el comienzo de este libro para resaltar su importancia, en lo profesional y en lo afectivo.

En Camp de Tarragona se agrupan todos los recuerdos y paisajes de mi vida ferroviaria. Mi paso por ella ha sido, sin ninguna duda, lo mejor de mi vida laboral y como en ningún otro sitio se ha producido una simbiosis entre trabajo y relaciones personales que rozan la excelencia. Me congratula que, después de haber pasado casi un año de haberme acogido a un plan de jubilaciones avanzadas, la mayoría de los que allí trabajan me echen de menos y sigan pensando que el tiempo que compartimos fue tan bueno para ellos como para mi.

Para alguien como yo que, ya sea de viajero o como profesional, ha visto evolucionar el ferrocarril hasta límites insospechados, partiendo de los trenes de vapor, acabar mi vida de ferroviario con los trenes de Alta Velocidad es un regalo.

El AVE en el Tarragonès

Se me ofreció la oportunidad de inaugurar la dependencia, siendo el primer Supervisor de Camp de Tarragona, y aplicar allí todos los conocimientos de una vida ferroviaria. Pienso que la experiencia ha sido muy positiva y la estación tiene bastante de mi impronta personal. El tiempo indudablemente puede con la mayoría de los recuerdos pero, el trabajo realizado y sobre todo los afectos conseguidos, se lo pondrán muy difícil al olvido.

La plantilla de la estación de Camp de Tarragona, incluyendo a la mayoría de trabajadores de los distintos servicios, es un ejemplo de eficacia en lo profesional a pesar de que nadie había tenido un contacto anterior con el ferrocarril. Pero lo mejor de todo es su faceta humana por lo que, sin olvidar cumplir cada uno con su obligación, se establecieron unos lazos de cariño que nos llevaron a ser una gran familia.

Camp de Tarragona de Tarragona es por el momento, visto desde el corazón, mi último gran paisaje.

 

Nota:

La primera fotografía del tren encabezado por una locomotora de vapor en la estación de Tarragona está sacada de Internet, al igual que la de la estatua de Antonio Gaudí.

Las fotografías de la estación de Camp de Tarragona son obra de Sara Lucía Peralta Espallargas.

El resto de fotografías están realizadas por Matías Ortega Carmona, autor del texto.

[1] Hay cierta polémica sobre el lugar de su nacimiento que algunos historiadores sitúan en la vecina
población de Riudoms, lugar de veraneo de la familia.

[2] En la página web tarragona.goig, puede encontrase un artículo más detallado que escribí en homenaje a mi amigo Tarsicio.

[3] Juan Älvarez de Mendizábal, ministro de Hacienda con la Reina María Cristina de Borbón, impulsó las expropiaciones a la Iglesia y otras Instituciones para subastarlas públicamente y aumentar con ello los ingresos de las arcas del estado.

[4] Paseando con Jujól, es otro de mis artículos que se pueden encontrar en la página web Tarragona.goig

© Matía Ortega Carmona
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Isabel Goig
Josep Maria Jujol - gaudiallgaudi.com

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