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© Isabel y Luisa Goig 2002

LAS LEYENDAS

La Encina del dolor

© J. Noguera

Saliendo de Tarragona por la carretera a Santes Creus y Pont de Armentera, a escasa distancia del barrio de San Pedro y San Pablo y justo antes de cruzar el puente sobre la autopista, a mano derecha, sobre un pequeño montículo, se encuentra el “Mas Morató”.


Una de las esculturas que pueden verse desde el camino que rodea la actual finca.

La casa, rodeada de un frondoso bosque de pinos, queda prácticamente oculta a las miradas de los extraños, protegida por su entorno natural.

Actualmente la finca pertenece a un conocido artista y profesor de arte, y es un museo al aire libre de sus esculturas, algunas de las cuales pueden admirarse desde el camino comarcal de Mas Morató, que conduce, pasada la propiedad, a la urbanización Balcó de Tarragona.


Actual carretera del Pont de Armentera. El bosque del fondo pertenece a Mas Morató. La foto está tomada desde la otra parte de la carretera, en un antiguo camino cortado por la actual carretera. Esta parte, antaño tambien pertecía a Mas Morató.

Actualmente la finca ha sido rebautizada y casi nadie la conoce por su nombre original, ni tampoco al camino, aunque ambos nombres continúen siendo los vigentes en el catastro y en los mapas comarcales.

Antaño la hacienda era mucho más grande y continuaba más allá de la otra parte de la carretera.
Cerca de la actual entrada había, hasta los primeros años del pasado siglo XX, una encina enorme, varias veces centenaria, que todo el mundo conocía como “la encina del dolor”.


Camino de Mas Morató, desde donde se ve el bosque
y se adivina la nueva casa de los actuales propietarios.

 

Cuenta la leyenda que, hace unos siglos, vivía en la masia una familia con una hija única, “la pubilla”. También vivía con la familia un tío soltero al que daban albergue casi por compasión. Era un hombre arisco que despertaba las antipatías de cuantos le conocían.

La pubilla, hermosa y alegre, estaba enamorada de un joven, muy buena persona pero de condición modesta, vecino del cercano pueblo de la Secuita.

Al tío no le gustaba la relación ya que estaba convencido de que cuando se casara la pubilla con el joven, le echarían de casa.

Esta idea se convirtió en una obsesión y continuamente pensaba en cómo deshacer aquel futuro matrimonio.

Aprovechando que el joven iba y venía del pueblo al acabar su jornada, de noche, para visitar a su amada, el tío lo esperó oculto en la oscuridad y lo asesinó a golpes de hacha. Después arrojó su cuerpo junto a una finca cercana.

Posteriormente su extraña conducta le traicionaba constantemente y le puso bajo sospecha. Un día, viendo acercarse a los guardias, huyó y jamás volvió a saberse de él, confirmando las sospechas generales.

La muchacha, al comprender la tragedia, se sumió en una profunda desesperación. Al cabo de unos días, los payeses que con sus carros pasaban por la carretera vieron su cuerpo colgado de la gran encina.

Dicen que desde aquel día las ramas de la encina crecieron hacia abajo y la llamaron “la encina del dolor” en recuerdo de lo ocurrido.

Hoy existe el lugar, pero ni rastro de la encina, de la cual casi no queda ni el recuerdo.

Curiosamente, en la segunda mitad de la centuria de 1.800, se repitió el drama. En esta ocasión fue también el tío del joven “hereu” que encargó el asesinato de su sobrino a un mozo de la casa, para quedarse con la herencia. El mozo también lo asesinó de noche y con un hacha, pero en esta ocasión la justicia prendió a los criminales; el mozo fue condenado a la horca, y el tío a la cárcel. Después de unos treinta años, cumplida la condena, le vieron vagar por Tarragona y por la masía, con un enorme quiste en el cuello producido, según dicen, por la argolla de hierro que lo tenia sujeto durante su tiempo de prisión.

Esto es lo que todavía algunos cuentan pero que está casi en el olvido...

© J. Noguera

 

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©Isabel y Luisa Goig


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