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© Isabel y Luisa Goig 2002

IN-MEMORIAM

Gaudí. El arquitecto de Dios

 

Gaudí. El arquitecto de Dios

Juan José Navarro Arisa

Editorial Planeta, 2002
268 páginas

La imagen de Antonio Gaudí, junto a la de Salvador Dalí, García Lorca y algún otro es de las pocas que han trascendido verdaderamente fuera de la península y es un referente cultural universalmente conocido e incluso imitado. Su personalidad incontestable e inconfundible ha atraído desde hace mucho tiempo el interés de la crítica y de los medios de comunicación, produciendo una bibliografía realmente abundante. Han sido, en particular, abundantes las interpretaciones en clave magicista de una obra cuyo barroquismo y audacia lo favorecen. Gaudí ocultista, sembrando de claves secretas sus obras, Gaudí masón haciendo lo propio, Gaudí secreto devoto de Satán, Gaudí consumidor de estupefaccientes... ¿Hay algo de cierto en todo esto?

La tesis de Navarro Arisa es contundente: no, no hay nada de todo ello.

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Casa Batlló
Antonio Gaudí fue un personaje bastante conservador y convencional (aunque con numerosas extravagancias de genio, como iremos viendo), ferviente católico y cuyos motivos de inspiración se los brindaban los recuerdos de la infancia, el paisaje, la flora y la fauna catalanas, su erudición libresca (no fue un gran viajero), su nacionalismo catalán y, sobre todo, su profunda fe católica.

Habiendo como hay excelentes biografías y ensayos sobre el personaje la intención del autor ha sido más bien la de escribir un libro ligero y generalista, que difunda en nuestros días su vida y su obra, desmitificando bastante ese aura esotérica, por una parte, y de otra (aunque menos) relativizando el estigma de santidad (hay un proceso de beatificación en marcha, que basa parte de su argumentación en la curación milagrosa del obrero Josep Campderrós, que en 1905 cayó dentro de una cuba de ácido y curó milagrosamente, aunque lo cierto es que Gaudí no estaba allí en aquel momento).

Por lo demás Gaudí fue un personaje atormentado, desgraciado en amores, obsesionado por el mundo religioso, tremendamente consciente de su genialidad (que le llevó, en la senectud, a disparatar, haciendo de menos a Rembrandt o Miguel Angel, a quienes llamaba "meros ilustradores"). Vegetariano, higienista, gran ayunador, vivió sus últimos años atormentado por un sentimiento de culpabilidad al que no se le halla explicación coherente alguna. Su catalanismo era también sólido y dio muestra de él en numerosos detalles a lo largo de toda su vida, si bien no quiso plasmarlo en una toma de posición política, como se le propuso alguna vez.

Navarro Arisa añade abundantes textos de situación histórica, que van describiendo el marco donde el personaje actúa y fluctúa, así como las relaciones no siempre fáciles con sus mecenas religiosos y civiles.

El 23 de agosto de 1998 el cardenal arzobispo de Barcelona, Ricard Maria Carles anunció que su diócesis respaldaba la iniciativa de la asociación que desde 1992 viene propugnando la beatificación de Gaudí, paso previo a su santificación.

Antonio Gaudí y Cornet nació el 25 de julio de 1852 unos dicen que en Reus y otros que en Riudoms, que es un pueblecito cercano. La cuestión no tiene mayor importancia pero es imposible de determinarlo, y él mismo no hizo nada para aclarar este término durante su vida. Su padre, Francisco, era un artesano calderero de cierto éxito y vivió hasta los 90 años, imbuyendo a su hijo de una serie de normas higienistas y "remedios caseros" que este siguió durante toda su vida. Francisco Gaudí tuvo desde muy pronto una fe absoluta en el talento de su hijo y sacrificó parte del patrimonio familiar para permitirle seguir su vocación de arquitecto, y eso que Antonio no era l, hereu, es decir, el hijo mayor y heredero privilegiado según el derecho catalanoaragonés. El mundo ruralizante de su infancia marcó su universo icónico para siempre. Dice el autor:

La universalidad de Gaudí hinca sus raíces más profundas en una sólida identidad local. Esta identidad, más allá o más acá de los influjos de la mágica artesanía paterna, viene determinada por dos elementos que serían constantes en la vida y la obra del arquitecto: la tierra y la fe.

Antonio Gaudí era rubio (inusual en su comarca natal y debido al parecer a antepasados franceses), con ojos azules de mirada magnética que más tarde llamarían la atención de Josep Plá (parecía transportar cosas y personas con los ojos. El autor, por su parte, los compara –creo que acertadamente- con los de Joan Miró), y de una salud muy frágil que le provocó una artritis reumática precoz y una grave infección pulmonar. Los médico auguraron que no viviría mucho.

No se sabe demasiado de su infancia, salvo que estudió en un colegio religioso y que pronto se reveló su temperamento artístico. A los 17 años su padre le envía a Barcelona a estudiar arquitectura, para ello ha tenido que vender parte de las tierras familiares. Vive con su hermano Francisco, también estudiante, de Medicina. Pronto, en sus viajes por las inmediaciones de Barcelona, descubre junto a otros alumnos, las ruinas del monasterio de Poblet. Durante años Gaudí estaría obsesionado por reconstruirlo devolviéndole su pasada grandeza, para lo que elaboraría abundante documentación. Este Manuscrito de Poblet, redactado a medias con otros amigos arquitectos, habla ya de la obsesión religiosa de Gaudí, que le acompañaría durante toda su vida.

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Casa Milá "La Pedrera"
Durante sus años de estudiante no es sólo la arquitectura lo que le interesa, estudia también francés y alemán y va descubriendo la poesía contemporánea. Desde muy pronto despierta su interés la geografía, buceando con fruición en el conocimiento de otras culturas, africanas, orientales, lo que algún día iría afluyendo a su venero constructivo. De la influencia paterna y de su pasión por el pueblo catalán le vendría su reconocimiento de la artesanía, que siempre mimó e hizo integrar en todas sus obras. El trazado de los arcos llamados catenarios (de cadena), que se trazaban empíricamente tendiendo un bramante o cadena entre el vano a cubrir y luego reproduciendo esta parábola (idónea y sin necesidad de complicados cálculos), sería una técnica tomada de la artesanía popular catalana y que él utilizaría durante toda su vida, incluso en el trazado de cúpulas complicadas que trazaba así y luego fotografiaba e invertía antes de su realización. Este uso del empirismo y de cierta improvisación (odiaba los planos y prefería utilizar maquetas) sería también una de sus características, así como su eclecticismo (podía usar los materiales más caros, como hizo en La Pedrera o en otros lugares o adaptarse a presupuestos ridículos, como hizo en el Colegio de las Teresianas. En muchas ocasiones recurría al cartonaje recubierto de yeso para la decoración de los cielos rasos o la elaboración de los mocárabes a que era tan aficionado). "Con dos reglas y un cordel se hace toda la arquitectura", era uno de sus lemas preferidos. Para diseñar los bancos del Park Güell Gaudí hizo sentarse a un obrero sobre un bloque de escayola fresca, adelantándose así en muchas décadas a los conceptos de ergonomía anatómica actuales... Muchas de las estatuas de hombres y animales que decoran la Sagrada Familia se hicieron a partir de vaciados sobre personas y animales vivos (los animales los cloroformizaba), que él seleccionaba por su aspecto.

La originalidad, dejó sentado en varias ocasiones: "consiste en volver a los orígenes".

Su relación con la familia Güell sería fundamental, convirtiéndose en sus incansables mecenas (aunque apenas le apoyaran en su aventura final: la Sagrada Familia) y a los que llegó a diseñar el escudo nobiliario cuyo lema decía elocuentemente "De pastor a señor" (provenían de una humildísima familia de pequeños comerciantes de Torredembarra, Tarragona).

Siendo muy joven Gaudí aparece la obra de Jacinto Verdaguer, L´Atlántida, obra hoy algo desprestigiada y apenas conocida fuera de Cataluña, pero que en aquel momento fue un revulsivo, contribuyendo a la instauración de un imaginario nacionalista catalán. De entonces le vino a Gaudí una amistad con mosén Verdaguer que le acompañaría durante su vida, incluso durante la caída en desgracia de Verdaguer, de la que luego hablaremos.

La llamada "reinaxença" trajo de rondón el florecimiento de las artes, sobre todo la poesía en catalán, celebrada en numerosos juegos florales. Abundaban los poetas y poetastros y de ahí viene un término hoy muy usado, el catalán lletraferits, que daría el castellano letraheridos. También campaba por sus respetos Joan Maragall, autor del Cant espiritual y del Cant de la Senyera, por lo visto mucho mejor poeta que Verdaguer.

El ideal de la Barcelona del último cuarto del siglo pasado era (además de indentificarse como la capital menos española de la península) ejemplificar determinadas virtudes tenidas por catalanas (entre el seny y la rauxa), así el catalán de buena sociedad debía ser sofisticado como un caballero inglés, tener la misma alegría de la vida que uno francés y ser eficiente y disciplinado como uno prusiano. También subía puntos el ser un buen "sportsman" y Gaudí que iba ya abriendo camino profesional, comenzó a vestirse de un modo más cosmpolita, a cultivar gustos caros y hasta a afiliarse al Centre Excursionista de Catalunya donde, mayormente, le nombraron experto en cuestiones arqueológicas y artísticas, custodiando las seis columnas que allí se guardaban procedentes de un templo romano a Hércules... Desde este foro hizo Gaudí sus primeras campañas sociales, solicitando la restauración del viejo y querido templo de Santa María del Mar y del monasterio de San Cugat del Vallés.

Por estos años, ya situado (hacía numerosos encargos para otros arquitectos, lo que le producía unos ingresos regulares), se declara a Pepeta, una maestra, que le rechaza (al parecer ya estaba comprometida). Fue un duro golpe y al parecer Gaudí jamás volvió a intentar relacionarse con ninguna otra mujer, lo que ha dado, por supuesto, que pensar. Aunque el autor rechaza cualquier veleidad homosexual, pese a la estrecha relación que mantuvo con algunos discípulos, como Francesc Berenguer i Mestres.

El patronato que encargó a Gaudí la continuación de las obras de la Sagrada Familia (ya comenzadas por Francesc de Paula Villar) no sabía lo que hacía. Piénsese que el motivo de apartarle de la dirección de obras fue por una parte la tardanza y por otra los elevados presupuestos que presentaba. ¡Inocentes¡ Hoy día, más de un siglo después de la fecha prevista para su terminación, la obra ha consumido varios cientos de veces el presupuesto inicial, incluso actualizando los datos con el coste de la vida. Y pensar que antes de que Gaudí entrara en el negocio la fecha –inaplazable- de su inauguración era el día de San José de 1891...

Pío nono (IX) autorizó la venta de medallones, estampas y otros objetos bajo la advocación de San José y el patrocinio papal aunque a cambio de la mitad de las ganancias (¡),

De no ser por Josep María Bocabella i Montaner, editor y librero, radical integrista católico y primario xenófobo, quien fundó en 1860 la Asociación Espiritual de Devotos de San José, probablemente Gaudí nunca hubiera sido llamado a dirigir la Sagrada Familia y su vida hubiera sido completamente distinta, pues el arquitecto, a medida que fue metiéndose más y más en el proyecto alteró lo que era una vida de éxito y prosperidad por una existencia austera y enfebrecida, sometido –o eso mantiene el autor al menos- a la sospecha de no estar a la altura de su propio proyecto.

Bocabella, una vez despedido de Paula, acudió al taller del arquitecto Martorell tras haber tenido un sueño donde un joven "de mirada penetrante y profunda" se le revelaba como el enviado por Dios para continuar las obras. En una mesa de dibujo del atelier se afanaba un joven del equipo de Martorell, cuando levantó la vista del papel unos ojos de fuego se clavaron en las pupilas de Bocabella. Era Gaudí y era octubre de 1883...

Pero mientras la obra fue absorbiéndole cada vez más, la trayectoria de Gaudí tuvo muchas estaciones intermedias, no siendo la menor la concepción y elaboración del famoso Park Güell (park, en inglés, pues esta era su denominación original), que debía ser el jardín de una colonia de chalecitos promovida por el aristócrata y potentado homónimo que fracasó. Finalmente sólo Güell y el mismo Gaudí vivieron en ella. Robert Hughes afirma que Picasso intuyó el cubismo contemplando los collages de cerámica y loza con que Gaudí decoró las partes más vistosas del parque...

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Detall Parc Güell
El patrocinio de Güell fue decisivo para la carrera de Gaudí pues encontró un alma gemela (también de un furibundo catolicismo) que sabía comprenderle y alentarle. Gaudí llegó a compararle con los Medici y Navarro Arisa dice que no es una mera expresión de servilismo. Ramón Picó, secretario de Eusebi Güell no hacía más que malmeterle con Gaudí, y en una ocasión reunió de golpe un buen montón de facturas de las obras y se las presentó al regresar Eusebi de un viaje. El noble, impertérrito, le respondió ¿No mes aixó?. El Palau Güell, que de estas obras se trataba, acabó configurando, en palabras del autor, el palacio de un moderno príncipe cristiano.

Mención aparte merecen aventuras como la del palacio episcopal de Astorga o la restauración de la catedral de Mallorca. En cuanto al primero, que terminó muy mal, no hubiera sido posible de no ser por la presencia en el solio episcopal de Astorga de un obispo catalán, nacido en el mismo Reus, Juan Bautista Grau. Las visitas de Gaudí a la pacata villa leonesa provocaban grandes revuelos y la feligresía murmuraba cuando veía a todas horas al obispo y al arquitecto conversando en catalán por las viejas rúas…

Las camarillas astorganas se pusieron en contra de ambos desde el primer momento y trataron de boicotear las obras. De no ser porque el obispo paliaba las crisis Gaudí se hubiera marchado mucho antes, pero lo hizo cuando Grau murió de una pequeña herida infectada. Gaudí salió a la francesa sin terminar las obras (que quedaron inconclusas hasta los años sesenta cuando se las terminó de mala manera, pero nunca sirvió para su cometido de residencia obispal, siendo sede de Falange durante el franquismo y ahora Museo de Caminos) y sentenció lapidariamente que a Astorga no volvería, ni en globo. Pero antes, al colocar el audaz pórtico sobresaliente en voladizo tuvo que ver cómo los andamios se partían una y otra vez pero Gaudí, inspirado, les animaba una y otra vez a recomenzar para, una vez conseguida la erección, abrazar a los obreros, conmovido, en una escena que todos los presentes recordarían.

Hemos dicho que fue poco viajero, pero en una ocasión visitó Tánger, donde debía construir una residencia para los franciscanos, subvencionada por el marqués de Comillas. Finalmente no se hizo, pero el proyecto era nada menos que una jaima, una agrupación de tiendas magrebíes gigantescas construidas a base de ladrillo, yeso y adobe...

En 1894 Gaudí inició un ayuno completo que iba a durar 40 días y a consecuencia del cual estuvo a punto de morir. Por suerte el obispo Torrás y Bagés le impidió continuar. Este ayuno era seguido por la prensa barcelonesa casi día a día, y algunas veces con comentarios poco piadosos. Había gente entonces que ayunaba también, pero porque no tenía más remedio.

Dicen que fue provocado por la suerte de su amigo, Jacinto Verdaguer, que a la sazón había caído en desgracia. Verdaguer era capellán del marqués de Comillas (aparte de practicar el exorcismo, lo que ya entonces se veía como algo extemporáneo) y en una ocasión dispuso que la marquesa, de la que era confesor, había de ordenarse en un convento. El marido puso el grito en el cielo y se negó en redondo. El caso dio también motivo de maledicencia ya que se rumoreó que la marquesa y el mosén estaban liados y el internamiento era para mejor continuar su relación, al amparo del convento. Otros dicen, simplemente, que Verdaguer enloqueció. El caso es que tras muchas reconvenciones el marqués lo puso en la calle aunque, en principio, ofreciéndole un exilio dorado en el monasterio de la Gleba, en Vic. Verdaguer, suspendido a divinis, nunca superó el trauma (el marqués llegó a acusarlo de robo, para quitárselo de encima).

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Detall Casa Milá "La Pedrera"
Sus últimos años son los de la explosión de sus excentricidades. Estricto vegetariano, apenas comía una lechuga, un poco de leche, frutos secos, pero sin embargo conservaba de la infancia su pasión por unos pastelillos, los pastissets que, sin embargo, se elaboran con manteca de cerdo. Llevaba siempre encima un par de bolsas de estos dulces. Una, de primera calidad y sazonados con comino, para su consumo y otra, más corriente, para repartir entre sus amigos. Los bolsillos los tenía deformados de llevar libros y a veces, si no le cabía el libro entero lo desgajaba, sin importarle si era propio o prestado (¡). Trasegaba varios litros de agua al día y tenía la insólita costumbre de lavarse las manos sólo con agua y secárselas con miga de pan.

Es muy conocida la anécdota del violín, que protagonizó la hija de Eusebi Güell, Isabel, quien, tras ir adelantada la obra del Palacio Güell, le pidió que reformara un ala para poder meter el piano que tocaba. Tras muchas dudas y como era ya inviable hacerlo, terminó diciéndole: "Créame, Isabel, toque el violín".

Como es sabido murió atropellado por un tranvía, y es curioso que años antes, cuando le dijeron que los púlpitos que había diseñado para la catedral de Mallorca parecían "sendos tranvías aparcados uno en frente del otro" Gaudí se indignó y dijo "¿acaso no son bonitos los tranvías?". Cuando el tranvía le atropelló, en 1926, Gaudí iba, como siempre, andando sólo por la calle (recorría grandes distancias, pues su casa en el Park Güell estaba muy apartada y nunca le gustó usar vehículos). En aquella época vestía pobremente y llevaba unas sandalias de cuero que él mismo se había diseñado. Así que el conductor se bajó del tranvía (que iba a 10 por hora) y rezongando apartó el cuerpo de lo que creía un vagabundo o un borracho, continuando su camino. Sólo mucho después los viandantes se percataron del bulto sobre la vía y lo llevaron a un hospital de beneficencia donde durante horas nadie le hizo caso. En el hospital le preguntaron su nombre, pero deliraba y en la ficha consta "Antonio Sandí", iba indocumentado. No fue hasta pasadas muchas horas, cuando por fin fue echado de menos y localizado. Según el autor, sin embargo, fue peor el remedio que la enfermedad, pues en el afán de reparar la desidia anterior los médicos se volcaron en él, entablillándole el tórax (tenía hemorragias internas y varias costillas rotas), lo que probablemente aceleró su muerte.

Gaudí y Unamuno

En 1906 visitó Unamuno las obras de la Sagrada Familia acompañado de Joan Maragall. Gaudí se pasó todo el rato hablando en catalán, como había hecho antes durante la visita de Alfonso XIII (ya hemos dicho que fue un catalanista conspícuo, durante los primeros años de la dictadura de Primo participó en algunos desplantes contra un centralismo tan abstruso que llegó a querer cambiar el nombre de los pueblos catalanes, castellanizando, por ejemplo, Massa Net de Cabrenys, que hubiera quedado en Demasiado Limpio de Cabritos).

Don Miguel recorrió las obras a grandes zancadas mientras decía en voz alta "No me gusta, no me gusta". Le seguía detrás Gaudí, cabreadísimo, repitiendo, en catalán, "No li agrada, no li agrada". Maragall, consternado, se subía por las paredes. Dicen que luego se pasaron horas frente a frente haciendo pajaritas de papel, en una especie de torneo papirofléxico. Gaudí guardó las que le regaló Unamuno hasta su muerte. Encuentros y desencuentros...

© Antonio Ruiz Vega

 

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©Isabel y Luisa Goig


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