La ermita de Sant Joan en Montblanc
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Lo que en la actualidad se conoce como ermita de Sant Joan Baptista, debió ser un pequeño monasterio construido por Elionor, cerca de la cueva conocida como de Nialó, donde se retiraba a meditar. Está ubicada en las Muntanyes de Prades, término de Montblanc. En estas montañas, de relevancia histórica para la corona catalana, cuando se constituyó el condado de Prades, que sería dado en señorío a segundos, terceros o cuartos hijos de los monarcas, abundan las cuevas. Por otro lado, era frecuente en la Alta y Baja Edad Media, que las cuevas fueran ocupadas por eremitas para llevar una vida espiritual alejados del mundo. La cercanía del monasterio de Poblet, en esta zona concreta, facilitaría la ocupación.
Josep Iglésies i Joaquim Santasusagna, en el llibre Les muntanyes de Prades, El Montsant, i serra la Llenan, situen l’ermita: “A una altura de 680 metres, posada dins un penyal, en el cap del cingle i en el pròxim veïnatge dels Plans. La roca li fa de peanya i d’aixopluc, i la seva dimensió ensems que la de la casa anexa de l’ermita, està condicionada per la poca pregonesa de la cova que les conté. Un rengle de xiprers sembla protegir la seva part exterior”.
La ermita tuvo ermitaño que cultivaba las escasas tierras que había a su alrededor y completaba su alimentación con algunos animales que se criaban libres por los alrededores. Desde que se recuerda, los jóvenes subían la noche de Sant Joan para encender la primera hoguera que, vista por toda la Conca de Barberá, era la señal para que las otras hogueras se encendieran.

En una de nuestras visitas a Montblanc, concretamente al Archivo Histórico, preguntamos por la forma de acceder a la ermita de Sant Joan. Una empleada del archivo nos facilitó un nombre y un teléfono, era el de su padre, Enric Balauder, quien nos aconsejaría sobre la forma de llegar. Nos pusimos en contacto con él, y nos animó a que hiciéramos la subida a pie, pero íbamos con Sergio, de nueve años (“él subirá sin problemas”, dijo Enric), y con Isabel, su abuela. Enric se ofreció a subirnos con su 4x4 y quedamos con él, el sábado, 14 de marzo, a las nueve de la mañana, delante del monasterio de la Virgen de la Serra.
El camino, intransitable si ha llovido o nevado, comienza con los cultivos propios de toda la tierra de Tarragona, la vid y el olivo, que, rápidamente, cambia por el bosque mediterráneo. Muchos árboles, pinos en su mayoría, aparecían caídos, algunos arrancados de cuajo, por el temporal de viento que unas semanas antes había azotado a la zona. Son veinte minutos aproximadamente de ascensión que recorrimos comentando anécdotas de las Muntanyes de Prades, bien conocidas por Enric, que tuvieron, hasta fechas muy recientes, una vida propia de carboneros y neveros, y otra muy antigua, pues fueron habitadas desde la Prehistoria, como dan fe sus pinturas rupestres. De fondo nos acompañaba música de orfeón, y que en este momento nos acompaña a nosotros, ya que fuimos obsequiados por un CD de la Schola Cantorum Sant Miquel, de Montblanc, a la que pertenece Enric Balauder.

Hacia los setecientos metros de altura habíamos arribado a nuestro destino. La primera visita fue a la cueva de Nialó, poco profunda, más bien un abrigo rocoso. Las sorpresas fueron sucediéndose a lo largo del tiempo –corto- que permanecimos en aquél hermoso paraje. Una de ellas fue el panorama que desde allí se divisa, desde el mirador, donde ondea la bandera catalana, que se cambia dos veces al año, por Navidad y por Sant Joan, fechas en las que aparece casi enrollada por la acción del viento. La Conca de Barberá se extendía a nuestros pies y resulta fácil imaginar a Elionor d’Urgell meditando en la cueva, tras haberse henchido con la visión de la Conca, sobre la condición y la mezquindad humana, incapaz, en demasiadas ocasiones, de ver el mundo desde arriba, inmenso frente a la pequeñez del hombre, que pretende dominarlo para sus particulares ambiciones.

La sorpresa mayor nos la causó la reunión en una de las habitaciones de la ermita-monasterio, de unas doce personas. Allí nos explicaron que desde el año 1992, cuando del edificio sólo quedaban algunas paredes, suben, cada sábado, para ir restaurando con sus propias manos el edificio. Se trata de un grupo de unas veinticinco personas, que se agruparon bajo el nombre de “Ermitans de Sant Joan de la Muntanya”, de los cuales, unos sábados un grupo, otros sábados alguno más, o todos a la vez, desde las ocho de la mañana, se reúnen para ir consolidando el edificio y adecuando el entorno. El Ayuntamiento de Montblanc paga el material y ellos ponen el esfuerzo, recompensado después por un almuerzo cerca de la chimenea donde arde el fuego de carrasca, o de encina, o de cualquier otra madera. Suben a pie y bajan después de la responsabilidad autoimpuesta, con la satisfacción del deber cumplido. Gente sana, de la buena tierra, caminantes que, como decía Machado, “donde hay vino beben vino y donde no hay vino, agua fresca”. Nos obsequiaron con café y licores, nos invitaron a volver cuando quisiéramos, fuimos tratados como sólo algunas personas saben hacerlo.
 
 Han consolidado, han construido y han restaurado con el mayor respeto parte del monasterio-ermita, que se muestra difícil, casi imposible para ser fotografiado con cierta perspectiva, pero es fácil hacerse una idea de lo que fue, ya que algunas partes del mismo se conservan tal y como fueron construidas, como la capilla, parte de una cubierta de medio cañón y algunas paredes. Por allí pueden verse placas de reconocimiento, premios –uno de ellos, un plato, roto por la barbarie que no falta-, imágenes que han ido colocando, y recuerdos de todo ese tiempo que ellos han dedicado a la restauración.
 
 Pero no sólo el pequeño monasterio ha recibido la acción de els Ermitans, también subieron el agua, en un trabajo duro e importante. Cercaron el mirador. Indicaron con escalones tallados en la piedra y una cadena, la cueva de Nialó. Construyeron su pequeño rincón, bajo los árboles, con una gran mesa redonda. Colocaron una campana que tocan los que llegan a la ermita y que hicieron sonar con toda la ilusión, mientras el sacerdote montblanquí Jaume Sanahuja la escuchaba desde Nazaret, en junio de 2005. Hicieron o restauraron cisternas para almacenar agua para caso de incendio. Y tantas otras actividades que se nos olvidarán.

Hay que reseñar las actividades que se llevan a cabo en este edificio y su entorno. Si bien siempre se ha celebrado la festividad del santo que da nombre a la ermita, indicando su hoguera el comienzo de la noche mágica en toda la Conca, desde que els Ermitans están rehabilitándola, este espacio es requerido para visitas escolares. Se coloca el pesebre por Navidad. Se sigue haciendo la romería el 24 de junio. Se entregan los premios de la carrera que organiza el Club Atlétic de Montblanc y, sobre todo, cada sábado els Ermitans acompañan el recuerdo de la princesa catalana Elionor d’Urgell.
La piedra caliza rojiza, el bosque mediterráneo de pino, encina y carrasca, la ginesta, todavía desnuda, el pequeño monasterio abriéndose paso entre tanta frondosidad, la vista de la Conca a nuestros pies, hacen del lugar un espacio hermoso y tranquilo.
Josep Conangla i Fontanilles, escribió estos versos:
Prop de l’ermita de Sant Joan,
en la muntanya vora Montblanc, on ma vila s’asseu mandrosa, hi ha una florida de ginesters
que amb sa bandera de foc encès
té enlluernada tota la Conca.
Oh la flor groga del ginester,
irradiant com altar en Festa!
Flor de boscatge, flor de serrat,
enamorada de llibertat,
que et resisteixes a la mà d’home
que vol collir-te…
© Isabel Goig Soler
Israel Lahoz Goig https://tarragona-goig.org
Elionor d’Aragó i Montferrat
Montblanc
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