MUNICIPIS DEL BAIX PENEDÈS Calafell |
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En la Edad Media, Calafell surgió, como otros pueblos del Baix Penedès, alrededor de un castillo que servía de protección y que fue construido, o reforzado, por la familia Palou, entonces señores de Calafell. Siempre fue conocido, al igual que la iglesia ubicada en el interior de su recinto, como de la Santa Creu. Se sabe que en el siglo XI lo adquirió el conde Ramón Berenguer I. En el XIV estaba en poder de la familia Castellbisbal primero y de Galzeran Dezlor i de Palou después. En el XVII el señor era Frederic Desbosch i de Sant Vicenç. Fue también hospital de pobres. Las tropas de Felipe IV destruyeron una parta de él, junto con el núcleo urbano de Calafell, en la Guerra dels Segadors. Los enterramientos se hicieron hasta mediados del siglo XX dentro del recinto del castillo y de la propia iglesia.
En la actualidad, el municipio de Calafell se encuentra delimitado en tres zonas muy bien diferenciadas. En la parte de arriba (el pueblo propiamente dicho) el núcleo de viviendas se arracima, en calles estrechas y pinas, en descenso desde el castillo y la vieja iglesia. En la parte de abajo, la que antaño fue marinera, está convertida en zona turística por excelencia. La tercera es Segur. Y aún habría que mencionar las masías, unas integradas en los caseríos y otras no. La Masía de la Sínia, del siglo XIX, mantiene todavía las instalaciones de destilería para la producción de aguardiente. La Masía de la Graiera aparece documentada desde la alta Edad Media. Y el Mas de l’Espasa. Hay que mencionar Montpaó, despoblado desde los años cincuenta, que lleva el apellido de una familia noble de l’Alt Camp. Algunos historiadores aventuran que podría tratarse del primitivo enclave de Calafell. Permanece su nombre en un torrente.
Nadie mejor que el poeta y editor Carlos Barral para expresar, y de manera literaria, cómo eran esas playas. Las dos únicas botigues que todavía permanecen en pie fueron adquiridas por su familia, están juntas, y en una de ellas, adquirida por el Ayuntamiento a su viuda Ivonne Hortet, se conservan sus cosas más preciadas. “Calafell era el mito de la infancia feliz (...) el paisaje y la historia de donde procedían todos mis secretos y las recetas particulares de mi modo personal de existir (...) Calafell se convertía en el lugar litúrgico del culto al padre desaparecido (...) En el sacro recuerdo, el padre figuraba como el genio de Calafell y de toda aquella costa todavía no descubierta por las capas representativas de la burguesía barcelonesa (...) Mi familia se instaló en Calafell en 1928, año en que yo nací, durante un par de veranos, provisionalmente, en una casa de alquiler, la de la Borregueta, casi en la desembocadura en el mar de la carretera, y luego en una casa que compraron, en la misma arena, frente al mar. La casa en que yo paso aún mi tiempo libre”. Dejemos que sea él, marinero impenitente, quien describa las casitas de la orilla del mar. “Las botigues de los marineros calafellenses eran casi todas iguales. La mayoria eran casitas de dos plantas, con las habitaciones en el piso de arriba y la cocina y el almacén en la planta baja. Estaban abiertas a la arena por delante y a las viñas por detrás mediante una pequeña galería. Generalmente tenían un árbol donde se ataba la cabra que proveía leche, unas conejeras y un lavadero de piedra que servía tanto para limpiar como para teñir redes y cabos. En la planta baja solía haber dos cocinas, una cerca de la puerta de salida y a pie de escalera que constituía el comedor de invierno. La otra, cerca de la puerta de la galería, era donde se cocinaba en verano. En esta planta sin tabiques la mayor parte del espacio la ocupaba el tablado, plataforma encima de la cual se guardaban las velas y las redes y palangres nuevos. Encima y bajo el tablado vivían los gatos, que aseguraban la absoluta protección de las lonas y el hilo de algodón de las posibles ratas. Las tribus de gatos vivían en régimen de simbiosis con la tribu marinera. Se alimentaban cotidianamente de los deshechos de pescado que no se vendía. Era frecuente ver a la llegada de los vacaires procesiones de gatos saliendo de las casas hacia las barcas, a la búsqueda de deshechos (…)”. ¡Paraíso perdido!
La otra parte del trabajo, aquella que realizaban las mujeres, llamados trabajos de tierra, se componía de tejer y armarse. Se hacía en casa de los patrones por las mujeres de estos, en secreto, para no desvelar ante los otros sus artes. El trabajo de apedazar se hacía en la arena. Los días de sol las playas de pueblo estaban llenas de mujeres cubiertas con grandes sombreros sobre pañuelos atados debajo de la barbilla. Además de la casa en el Trajo de L’Espineta, donde se conserva el universo de Barral, hay otro lugar donde se cultiva el recuerdo de ese personaje alto, enjuto, con barba larga, gorra de marinero y cachimba en la boca. Se trata de una taberna marinera bautizada como L’Espineta, instalada por su esposa, Ivonne Hortet, y que en la actualidad siguen regentando sus hijos. “Espineta –escribe Barral- es el nombre de un guiso feroz, de un matahambre que se hacía antiguamente con salazón de espina de atún y era el más barato de los cocimientos pensables”. Alguien ha definido a Calafell, a partir de los años sesenta, como el “corredor de tránsito de la llamada literatura social”. En realidad toda Tarragona ha sido cuna de personajes relevantes a lo largo de la historia reciente y, la parte de la costa (como todo el Mediterráneo) fue elegida como lugar idóneo para los ocios. Por Calafell pasaron y del Mediterráneo disfrutaron, en algún momento de sus existencias, Jaime Salinas, quien alquiló una casa en Sant Salvador, cerca de la del maestro Casals. El peruano Vargas Llosa, escribió en casa de Barral una parte de “La casa verde”. Gabriel García Márquez y Jorge Edwards llegaron a poner casa. Alfonso Sastre acudió un verano, con Eva Forest, y escribía en una taberna parte de su libro sobre Servet. Gabriel Ferrater, Alfonso Costafreda, Juan García Hortelano, Darío Puccini, y el amigo de alma del poeta, otro vate, Jaime Gil de Biedma. Cortázar pasaba de vez en cuando. Juan Larrea con su nieto cuando estaba recuperándose de su primera intervención quirúrgica, y tántos otros, como el ministro Alberto Oliart, muy amigo de Barral, pasaría también por Calafell.
A fecha de 2004 toda la costa del Baix Penedès ha aumentado su población de forma pródiga, en el caso de Calafell, entre los años 1991 y 2001, el aumento ha sido del cien por cien, a lo que es necesario añadir la población veraniega y turística. La oferta es importante. Además de los distintos monumentos, yacimientos, edificios y Casa Barral, la población se congrega a las llamadas del Carnaval Xurigué, del Mercado del Mar (a final de mayo), del Mercado Medieval (en septiembre), de la Castanyada (final de octubre), la Xatonada y l’Arrossejat popular (principio de junio) y las jornadas gastronómicas en noviembre, donde pueden degustarse, además de lo anterior, los postres típicos els cossetans. En Sant Antoni (17 de enero) Els Tres Tombs rememoran con sus desfiles los trabajos olvidados del campo penedesenc, después de escuchar misa en la iglesia del pueblo, bendecir a los animales y repartir coca y vino. En febrero festejan a la Candelaria. Por Sant Joan encienden lumbres. El 29 de junio, conmemoran a San Pedro Pescador, patrón del Barrio Marítimo, donde se ubica la iglesia del mismo nombre. El 16 de julio guardan fiesta a la Virgen del Carmen, en el pueblo. Todos los habitantes y visitantes encuentran sus ocios, distracciones, anhelos culturales o simplemente turísticos, en este delicios enclave. Otros, sencillamente, siguen su vida paseando por la orilla del mar, pescando o jugando a las cartas en el Llar dels pescadors jubilats. © Isabel Goig e Israel Lahoz |
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Entitats del municipi Calafell - 7.094 |
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Carlos Barral y su querencia por Calafell | |||||||||||||
Juan Marsé i el Baix Penedès | |||||||||||||
Garrón de cerdo o de cordero con cebada Elaboración de un guiso extraído de “Petita història de la Ciutadella Ibèrica de Calafell". |
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TRADICIONES del Baix Penedès |
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