
El río Gaià nace en Santa Coloma de Queralt –Conca de Barberà- como un regatillo que va recogiendo agua de torrentes y barrancos, siendo uno de los de mayor aportación el de Sant Magí, en la sierra de la Brufaganya. Tal vez sea esta relativa abundancia la causa por la que, historiadores antiguos, han dado como lugar de nacimiento las fuentecillas que rodean al santuario de Magí, atribuyendo la leyenda a este santo anacoreta francés la formación milagrosa del río. En Pontils recibe al río Boix, de corto recorrido, nacido en la sierra de Queralt, y juntos forman un curso fluvial mediterráneo, siempre pendiente de la pluviometría, con fuertes estiajes y escasos manantiales. La Geología le juega una mala pasada a este río, ya que a partir del Pont d’Armentera se inclina hacia la cuenca del Francolí, donde desaguan barrancos y torrentes. El Gaià sigue recibiendo agua por su margen izquierda, la de la sierra del Montmell, que forma una tupida red con los de la Masó, Barrat, Masllorrens, Pedrafita…
El río Gaià corre libre entre montañas, a veces formando meandros, en su curso alto, vigilado siempre por castillos, fortalezas que tenían la doble misión de proteger las fronteras y el agua. El curso medio fue siempre bien aprovechado. Es un río humanizado, vivido. Sus aguas regaron, y riegan, huertos, movieron molinos harineros y traperos, y hasta uno de pelitre (planta insecticida) en Pont d’Armentera. De este término salía, desde tiempos de los romanos, un acueducto encargado de dirigir el agua de este río a la ciudad de Tarraco. Durante siglos fue esta parte del río la más habitada, la más industrial, con una red fabril relacionada con la lana y el textil, una actividad que aprovechaba muy bien las aguas del río.
Concretamente, y según Pascual Madoz, en 1845, el río Gaià movía en Querol un molino y un batán, en Pont d’Armentera dos molinos de harina, un batán y una fábrica de paños de nombre “Vicents”. En Santes Creus otro molino. En Vilardida un batán y un molino. En Puigtinyós “da movimiento a dos artefactos de la misma especie”.
No hay mar en l’Alt Camp, por eso el Gaià sirvió –ahora ya no hay distancias- de recreo, de zona de juegos y amores. Sus pozas y remansos, sus desniveles, sustituyeron a la mar azul. Alrededor de su curso, se acondicionaron rincones donde comer y beber. Un mundo mágico el de los ríos.
La frondosidad de las zonas más cercanas al agua es tal, que impide verla, incluso en una primavera como esta (2007) en la que han abundado las lluvias. Olmos enormes, sauces melancólicos, álamos, pinos medianos que dejan ver sus raíces por las laderas descarnadas, cientos de tipos de plantas en las mismas orillas del Gaià, saúcos ornados con grandes rosetones de flores blancas, forman arboledas que se convierten en lugares de recreo, como la de Vila-rodona, donde el sol de la primavera cálida y el verano tórrido no alcanza el suelo, frenado por las altas copas del arbolado. En su cuenca abunda las encinas, robles valencianos, pino blanco y acebo (protegido) en las alturas.
En el Catllar el agua queda embalsada. En Tamarit desemboca, exhausto, el Gaià, y gracias a asociaciones medioambientales, como La Sínia y el Gepec, se trata de conservar este frágil ecosistema estudiando, por ejemplo, las orquídeas, contabilizándose once especies. Otro tanto se ha conseguido con la fauna, de la que se sabe de la existencia de tordos, ruiseñores, estorninos y gallinas de agua, entre otros.
Querol El Pont d’Armentera Santes Creus
Aiguamùrcia Vila-Rodona Vilardida
La religiosidad del Císter Las Sierras y Castillos
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